Porto Cabral, el macrocomplejo de ocio y comercio que pretende construir en Liñeiriños la inversora británica Eurofund, camina más despacio de lo deseable por mor de los obstáculos que encuentra en su camino y que el sentido común no acierta a comprender.
Comuneros y vecinos han celebrado ya dos multitudinarias reuniones con poco apreciable progreso, salvo por el comportamiento de los asistentes, pues si en la primera ocasión reinó la violencia y se saldó con heridos y detenciones, en la segunda la polémica no rebasó los cauces pacíficos, sin que pueda asegurarse si fue por un cambio de talante o por el despliegue de fuerzas del orden. En todo caso, parece ser que una amplia mayoría es proclive al consenso, aunque la minoría detractora, axiomáticamente y como de costumbre, se haga oír con más estruendo.
Las apreciaciones dependen siempre del color del cristal a través del que se mira y, aferrándonos al que proporciona optimismo, cabe significar que la mayoría de los vecinos no acudió a esta segunda asamblea, testimoniando que el que calla otorga. También, quizás por la misma razón, se inhibieron muchísimos comuneros y de los que asistieron se manifestaron en contra una treintena, que era seguramente el núcleo de los que así opinan.
El meollo de la cuestión me parece irrefutable. No es admisible que se pierda una oportunidad única que conllevaría un extraordinario desarrollo de la zona, un antes y después que irradiaría a toda la ciudad, porque los miles de puestos de trabajo, la millonaria riada de visitantes y la red de comunicaciones conformaría el premio gordo de una inusitada lotería.
Eurofund ha puesto sobre la mesa una oferta de doce millones de euros para los comuneros, otro tanto para los particulares y un parque público de 40.000 metros cuadrados. ¿Precio justo? Sin atreverme a opinar, quiero señalar que los terrenos cercanos al proyectado complejo alcanzarían una revalorización exponencial, siendo presumible que un buen porcentaje de sus propietarios sean los mismos que hayan cedido los de Porto Cabral.
A mí que no me guía otro ánimo que abogar por la defensa de los intereses de mi ciudad, de la que Cabral es parte integrante e importante, me gustaría que estas líneas supusieran un modesto grano de arena en la búsqueda de una razonable reflexión sobre los beneficios generales que se derivan de la creación de riqueza y para animar a los opositores a tomar conciencia de que si triunfase su tesis es muy probable que, andando el tiempo, se lo reclamasen sus propios hijos y nietos, al darse cuenta de las puertas que se le habrían cerrado, marginándoles tanto para los puestos de trabajo como para llevar a cabo posibles inquietudes empresariales. Los lamentos a destiempo se quedan en eso, lamentos denunciantes de un remordimiento de conciencia.
Por otra parte, a las voces que claman temiendo que Porto Cabral pondría en grave peligro al pequeño comercio local, les aseguro que están totalmente equivocados, porque está demostrado que estos centros son un foco de atracción que refuerza las posibilidades de todos. Cuando se instaló El Corte Inglés -entonces único en Galicia- atrajo clientes de toda la región y norte de Portugal. Venían a El Corte Inglés, pero acababan haciendo compras y gastos en otros establecimientos, hasta el punto de que en una zona en la que apenas había comercios, se abrieron varios y ahí continúan.
Tampoco se debe olvidar la obligación del Ayuntamiento de agilizar los trámites burocráticos y dar luz verde a la expropiación pactada, porque pondrá a Vigo en el mapa de los grandes resorte lúdico-comerciales y con dividendos asegurados. Zaragoza no está demasiado lejos para que podamos mirarnos en su espejo.
Confiemos, haciendo votos para ello, que la cordura y la defensa de los intereses generales primen sobre cualquier otra intención y que la fecha del 10 de Noviembre, día D de este problema, se marque en el calendario con la tinta roja de las efemérides importantes y dignas de festejar.
Si hace unas semanas me refería a este asunto con un peculiar "Abracadabra-abracabral" para que abrieran las puertas a tan mágico acontecimiento, permítaseme que ahora termine con un optimista y alborozado ¡Bienvenido Porto Cabral!
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