Younes (nombre ficticio) agarra el teléfono que hay sobre la mesa del café Carrión, en Rabat y juega a llamar a su amigo, chapurreando con su lengua de trapo de dos años y medio. “Habla muchísimo. En árabe, en español, en catalán, algo en francés… A los camareros les llama
monsieur”. Su padre,
Álex Artigas, le mira sin acabar de creerse que ya puede llevárselo a casa, a Barcelona.
Llegar hasta aquí le ha costado a Álex y a su mujer, Ana, más de dos años. Tenían ya una hija biológica, pero
querían tener otro hijo y pensaron en la adopción internacional. Se decidieron por Marruecos con la intención de que el niño pudiera mantener una relación más estrecha -geográfica y cultural- con su país de origen y
en julio de 2011 solicitaron la kafala. Siete meses después conocieron a Younes, cuando solo era un bebé. “En cuanto te lo ponen en los brazos ya no hay marcha atrás. Lo consideras tu hijo”.
Pasaron por todo el papeleo previo en España y después en Marruecos. Se convirtieron al Islam, requisito indispensable para estas familias porque la kafala no es una adopción, sino una tutela dativa en la cual el niño conserva su nacionalidad y su religión. Las familias se comprometen a proveerle de todo lo necesario, incluido educarle como musulmán, puesto que salvo algunas excepciones, la nacionalidad marroquí lleva aparejada desde el nacimiento la religión musulmana. La patria potestad del niño, hasta los 18 años, la tiene el Estado marroquí.
En marzo de 2012 decidieron instalarse en Marruecos. Primero Álex y después Ana y la niña. Todos los días iban a visitar a Younes al orfanato Lalla Meryem de Rabat. Le llevaban comida mientras iban resolviendo el papeleo. Fue entonces cuando se percataron de que las gestiones no fluían como deberían.La Fiscalía de Rabat llevaba un tiempo oponiéndose a conceder kafalas a extranjeros. Habían detectado algunos casos en los que, una vez fuera de Marruecos, los padres kafiles habían adoptado al niño o le habían cambiado el nombre.
Con la llegada al gobierno del PJD (Partido Justicia y Desarrollo, islamista)
se confirmaron las peores sospechas. En septiembre de 2012 el ministro de Justicia islamista
Mustafá Ramid envió una circular a todos los procuradores (fiscales) del reino para
que emitieran informes desfavorables a todas las familias que no pudieran demostrar una residencia habitual en Marruecos. En la práctica, se interpretó como el cerrojazo a las kafalas a extranjeros y así lo interpretaron los procuradores, que bloquearon los procesos. Quedaba claro que no se iban a conceder más kafalas pero
61 familias españolas, como la de Álex y Ana, quedaron atrapadas en mitad de los trámites, en el limbo administrativo y con un niño ya asignado que les llamaba “papá” y “mamá”.
Susana Ramos recuerda que el 13 de enero de 2012 hacía muchísimo frío en Rabat. Se acuerda porque ese día conoció a su hijo: “Apareció una mujer en el orfanato con una mantita azul y me puso en los brazos a un ser minúsculo, de dos kilos, de siete semanas, con unos enormes ojos negros que no dejaban de mirarme. En ese momento supe que era mi hijo”.
Susana enumera de carrerilla los trámites que ha tenido que seguir, desde el inicio del proceso, en 2010: entrega del expediente en el Instituto del Menor de la Comunidad de Madrid, entrevistas para que le concedieran el certificado de idoneidad, en las que se evalúa que la familia, en este caso monoparental, tiene estabilidad psicológica, económica, profesional, una vivienda adecuada y un proyecto educativo, reunir toda la documentación, traducirla al árabe, buscar un abogado en Marruecos, legalizarla en el consulado, alquilar un piso en Rabat… la lista es interminable.
En otoño de 2011 emprende el primero de sus más de 40 viajes a Marruecos en este tiempo para estar con Omar, que hoy tiene 22 meses, asistir a las reuniones periódicas en la embajada de España y seguir tramitando el expediente. “Dejar el trabajo en Madrid para vivir en Marruecos significaba que no tendría con qué mantener a mi hijo y cuando inicié los trámites no se exigía la residencia habitual”, explica. Por el camino se ha dejado 30.000 euros, “todos mis ahorros”, una madre de 81 años de la que no ha podido ocuparse y olvidar todo atisbo de vida social. Sin embargo, como Álex y Ana, nunca renunció “porque eso habría sido un segundo abandono para el niño, que ya fue abandonado una vez por su madre biológica”.
Omar no para de correr sonriente, con los brazos extendidos, por la plaza de Bab el Had. Se va detrás de las palomas, de los transeúntes, de los coches. No para quieto. Y, como Younes, habla por los codos.
En junio de este año se concedió la autorización para que los niños pudieran ir a casa, en Rabat, con sus padres. “Niños de casi dos años empezaron a hablar, a decir algunas palabras en castellano y árabe. Se notó nada más salir del orfanato, en cuanto estuvieron en un entorno tranquilo y descansado”- cuenta Susana.
Para entonces, España ya se había comprometido con Marruecos, después de meses de negociaciones, a
modificar la ley de adopción para evitar que estos niños marroquíes pudieran ser adoptados en España. Parecía el fin de la pesadilla pero no fue así. El tiempo transcurría y los niños seguían sin poder abandonar Marruecos con sus padres
kafiles. “Se trata de un asunto muy sensible para el gobierno marroquí” -reconocían a
El Confidencial fuentes diplomáticas españolas.
Un grupo de familias quiso aprovechar la visita del Rey Juan Carlos a Marruecos, el pasado mes de julio, para hacerle llegar su inquietud por el retraso eterno en el proceso. Llegaron con los niños a la recepción que se ofreció al Rey de España en la embajada con la esperanza de obtener, si no una fecha de salida, un hilo al que agarrarse para visualizar un horizonte en España, con los niños. No fue así. El Monarca español les atendió pero la respuesta estaba muy lejos de ser esperanzadora: “Es un tema largo… y lo que queda. Todo depende de los tribunales marroquíes”.
Las dos Casas Reales estaban informadas desde hace meses del problemadel bloqueo de las kafalas pero nadie sabe qué es lo que ha despejado el camino para las familias de Rabat. Sí es sabido que el ala más conservadora del partido islamista se oponía a la concesión de kafalas a extranjeros y que una parte de la prensa marroquí también. La
semana pasada, cuando
por fin se concedieron los permisos de salida, los pasaportes y los visados de los 27 niños de Rabat -todo prácticamente en una semana- el diario Al Alam escribía en un artículo en primera: “Pareciera que el ministro de Justicia, Mustafá Ramid, se habría finalmente plegado a las fuertes presiones diplomáticas y mediáticas desplegadas por las familias españolas solicitantes de la kafala, que incluso llegaron a conocimiento del Rey Juan Carlos”. Sin embargo, ambos gobiernos han insistido siempre en que el asunto estaba en manos de los tribunales de cada ciudad. En manos de la justicia.
“Se venden muebles por traslado inminente”, el anuncio que han colgado esta semana en Rabat algunas de las familias, es el que están deseando escribir también las
36 familias españolas de Agadir, Casablanca y Tánger que siguen con sus procesos bloqueados y que siguen teniendo que visitar a sus niños en los orfanatos de estas ciudades. En algunos casos se han dictado sentencias negativas y ahora toca ir a apelación o a la corte de Casación, con lo que la larga espera puede serlo aún más. Y sin garantías.
ada día, en Marruecos, son abandonados 24 niños, el 2% de los nacimientos según cifras de UNICEF- y de ellos, el Estado se hace cargo sólo del 10%, en orfanatos públicos. El resto pasan a ser acogidos bajo la protección de asociaciones. Son abandonados en la calle, en los hospitales, en las mezquitas, en los juzgados, en la propia familia o en instituciones de intermediación con el Estado.
“El abandono está ligado a situaciones de vulnerabilidad de las mujeres. En casos de analfabetismo, de precariedad económica, de explotación profesional y de una forma muy frecuente son madres solteras que han sido maltratadas las que abandonan a sus hijos” -explica la psicóloga Nadia Cherkaoui. La culpabilidad que siente la mujer por haber tenido sexo fuera del matrimonio es uno de los factores que conducen a estas cifras.
La mayoría de las familias de Rabat se ha marchado ya o están empaquetando para abandonar el país con los niños. Ahora hay que empezar a recomponer una vida que ha quedado prácticamente paralizada durante dos años. Álex espera recuperar su empleo en la Administración de Cataluña “pero a ver qué cobro ahora”. Susana volverá a su gabinete terapéutico de Madrid y a su casa de Lavapiés. Hay que trabajar mucho,además, en la educación de los niños.
Después de dos años en el orfanato, la mayoría de ellos, en cuanto pierden de vista al padre o
a la madre, aunque sea un minuto, lloran. “Omar ni me deja ir al baño sin ponerse a llorar-cuenta Susana-. Teme que me vaya para no volver. Y además, hay que educarles como si acabaran de nacer. Son niños con mucha privación afectiva y carentes de límites. No aceptan fácilmente un “no” por respuesta como, por ejemplo, “no puedes meter los dedos en el enchufe”. En los orfanatos no les podían prestar la misma atención que en una familia, claro”.
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