sábado, 5 de octubre de 2013

“Niños, había tantos niños...”

La presencia de menores entre los fallecidos conmociona a los socorristas

La xenófoba Liga Norte culpa de la tragedia a la ministra negra de Integración


Ser niño en Italia es un buen asunto. Los italianos, que por lo general conservan la gentileza y la educación que en otros lugares de Europa se fueron a la tumba con los abuelos, adoran a los niños y se lo hacen saber, dándoles su sitio, escuchándolos, regalándoles una sonrisa.
Una tragedia en la que además de hombres y mujeres en busca de un porvenir, mueren niños pequeños, atrapados entre un barco en llamas y las aguas oscuras de la noche, provoca un dolor insoportable. Al ser preguntados por el naufragio en el que han muerto más de 200 inmigrantes junto a las costas de Lampedusa, la socorrista, el médico del ambulatorio y el curtido capitán de la Guardia de Finanzas coinciden por separado en una frase que se agarra a la garganta: “Niños, había tantos niños…”.
Los mismos niños que, como en tantas otras fronteras del mundo, viajan de noche y escondidos, soñando un futuro esplendoroso que tal vez solo exista en la televisión, pero que siempre será mejor que la herencia recibida. “Los motivos de la fuga”, dice Laura Boldrini, ahora presidenta de la Cámara de Diputados y antes portavoz de ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados), “siempre son los mismos: las guerras, las persecuciones, las violaciones de los derechos humanos”.
También la pobreza, un hambre que esperan saciar cruzando la frontera, solo que aquí —además de las mafias que en todo el mundo se aprovechan de la necesidad— existe el mar. Un mar nuestro, pero no suyo.
El doctor Pietro Bartolo hace su recuento tristísimo después de examinar a las víctimas —cuando todavía no llegaban al centenar y no habían sido localizadas las mujeres y los niños junto al barco hundido—: “Una de las mujeres ahogadas en el naufragio estaba encinta, en el sexto mes de embarazo. Tres de los cuatro niños muertos, entre ellos una chiquilla, tenían una edad comprendida entre el año y medio y los tres años. Entre los 155 supervivientes hay también seis mujeres y dos niños…”.
Niños que no podrán crecer y niños que, si crecen en Italia, tendrán que tener cuidado de por dónde pisan cuando dejen de serlo si el país no planta cara, de una vez, a los cada vez más preocupantes brotes racistas. El país que adora a los niños tiene a veces serios problemas para aceptarlos si tienen la piel oscura.
Cuando los pescadores y los voluntarios de Lampedusa aún recogían cadáveres de inmigrantes del agua, varios responsables de la Liga Norte, el partido xenófobo que gobierna Lombardía y cuyo actual presidente fue ministro del Interior con Silvio Berlusconi, se apresuraron a culpar de la tragedia a —atención— la actual ministra de Integración, Cécile Kyenge, nacida en la República Democrática del Congo.
Umberto Bossi, líder histórico de la Liga y compañero de correrías políticas de Berlusconi, dijo que la culpa de tragedias como esta la tienen quien, como la ministra Kyenge o la ya citada Laura Boldrini, lanzan “mensajes hipócritas de acogida cuyos resultados son dramáticos”.
Las aludidas no quisieron dar demasiado pábulo a las palabras de la infamia, pero sí pidieron respeto a las víctimas. A los bebés sin nombre que no tendrán la suerte de ser niños en Italia.




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